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miércoles, 9 de mayo de 2012

And the almost winners were…

1
Carolina Vázquez.

Fundido en rojo. La Cava Baja siempre me sorprende. Hay otra carta huérfana en la acera. Esta vez un as, la pica ladina, una soleá a la fortuna. Tiene algo escrito, escondido entre salpicaduras: “¿Dónde hallarás quien resistirse pueda, ciega deidad...”. Está demasiado oscuro, avanzo pero la lluvia se pega a los cristales de mis gafas. Lentes sobre lentes que todo lo alteran. Miro entre gotas y haces de luz que proyectan sombras desenfocadas. ¿Un hombre? y un nombre que se oculta en él. José Vázquez, Vázquez… ¿Qué falta? Piensa. Avanzo pero ya no veo nada. Está cerca, peligrosamente cerca. Dedos nerviosos acarician unas patillas afiladas a la luz de un mechero de plata. Mientras, los pies apagan colillas lanzadas al suelo por manos anónimas. Otra vez juntos aunque este canijo canalla no sea de fiar. Vázquez… sí, me acuerdo, en la universidad siempre el último apellido de las listas. Gris y sin sentido del humor. Nuestras timbas de mus se ensombrecían en su presencia y la empatía le era absolutamente ajena. Todo empezó allí, cuando arañó el límite. No matarás. Ahora el gotelé del tercer piso suda sangre (diez a uno a que la gota cae en el sofá). Ahora reproduce lo vivido, cada herida, cada señal. Ahora escenifica el patíbulo… el Cadalso. Por eso la sangre, por eso el ensañamiento. El esperpento del horror en mi casa. Otra vez ella. Filis ha vuelto. Capaz de eso y más.
Fundido en negro. Los créditos bailan en la pantalla del Doré, “Lo sabes, y que yo sólo deseo huir de ti... por más que me acaricies o persigas”. Julio Cabria, ahora ya despierto, salió del cine, respiró el húmedo frío nocturno y pensó que al fin todo tenía sentido



II
Cristina Asensio
Inspirado en “Impar y Rojo” .

El agente Belmonte sacó un café de la máquina. Hacía mucho tiempo que no lo tomaba en el bar As Meigas con los compañeros, pensó con una sombra de amargura en los ojos cansados, y una tristeza infinita se fue adueñando de su alma a medida que evocaba sus primeros años en la comisaría de Leganitos.
       Se había presentado lleno de ilusión ante el comisario Márquez, hablado de sus legítimas aspiraciones con la confianza en alcanzarlas que otorga la juventud. Quería estrenarse con empeño en la carrera policial. Oficial, subinspector, inspector...
       Y luego el verano que empezó a salir con Rosa. Una chica de su pueblo alegre y parlanchina que no reconocía en la esposa actual, instalada en un silencio hosco preñado de reproches. Después los hijos, las estrecheces económicas, las intervenciones policiales fallidas y la losa pertinaz de la mala suerte aplastando sus sueños.
       Recordó la llegada de Subirats a la comisaría, agostando cualquier vestigio de autoestima que pudiera abrirse paso entre sus mermadas esperanzas de reconocimiento profesional. Y también la aparición de Modesto Martínez, policía inteligente, seguro, decidido y tan eficiente con el papeleo que fue acaparando responsabilidades a medida que él se convertía en un comparsa.
       El teléfono lo sobresaltó. Subirats. Que le llevara el expediente de los colombianos, del despacho de Eme-Eme. Belmonte se apresuró con el conformismo del que se sabe relegado a los recados. Cogió la carpeta desvelando la agenda de Martínez. La curiosidad pudo más que los principios. Mientras leía despacio, intentando asimilar lo que procesaba su cerebro, un gozo espurio sacudió su cuerpo.
       Ahí estaba la mano que todo jugador esperaba, su salvoconducto para la reivindicación profesional. Ahora sólo tenía que saber cómo jugar sus cartas. Ya se le ocurriría algo, pensó con una euforia renacida.


III
PARODIA DE PANDORA
Pater Comunitatis

Ocurrió en Julio. Cabría preguntarse algunas cosas pero, para el caso, es lo mismo. Nunca hay respuestas satisfactorias.
Cabria había aceptado el encargo "convencido" por las deudas y la confianza en que Vitriolo hubiese leído los labios correctamente. También porque "El Cuadros" pagaba bien y sólo se trataba de localizar el envío de "pan de oro" que los italianos habían traído a Madrid y que podía hundir, por mucho tiempo, los precios de la encuadernación de lujo y la restauración artística.
Pensó aliarse con "El Portes", pero prefirió no hacerlo, pues éste se dedicaba más específicamente a mudar gente de este valle de lágrimas; y tampoco era el caso.
Días después, con todos los datos y más contento que un pavo el día de Reyes, Cabria llegó al lugar indicado. Se trataba de un caserón ruinoso y en plena restauración. Forzó la puerta y entró. Un poco a tientas subió para, desde arriba, hacerse una idea de la situación. Pero entonces tropezó, un pie se le lió en una cuerda y haciendo cabriolas colgado de un cabrio, al cabrón/cabrito de Cabria no le cabría mayor cabreo cuando vio aquel gran montón de cajas que contenían ¡¡¡pandoro!!!,el típico dulce italiano de Navidad.


Nota: El pandoro es un dulce originario de la ciudad de Verona. Es, junto al panettone, uno de los dulces navideños más típico de Italia. Hace varios años que se vende en España.

IV
Noelia

-Por fin se despierta el cabrón.
Mierda, ¿cuánto tiempo he estado dormido? Abro los ojos, y trato de concentrarme un poco, aunque con el golpe que me han arreado en la cabeza me duele hasta pensar en pensar.
Trato de evaluar la situación con toda la sangre fría que puedo. Estoy sentado en una caja de madera y atado de pies y manos. Un par de armarios de dos por dos me flanquean. Por supuesto armados hasta los dientes.
¿Es que tengo cara de McGiver? Con cincuenta años y las rodillas hechas polvo ¿Qué esperan que haga? ¿Matarlos a todos con un clip?
Antes de acabar mis reflexiones aparece por la puerta un mequetrefe del tamaño de un corcho, y, aunque se me nubla la vista creo reconocerlo.
¿Qué tal estás tratando a mi Sarita, Fernando?
La única respuesta que recibo es un puñetazo en el hígado, cortesía de mi amigo el mastodonte de mi derecha.
Toso con dificultad viendo como el piltrafa se acerca.
-No mucho mejor que a ti, pero sin mi no es nada.
Me retuerzo con rabia e intento zafarme de las ataduras inútilmente.
-Tranquilo, soy muy cuidadoso, no hay moratones a la vista.
Se acercó tanto a mí que podía oler ese aliento de perro sarnoso.
-¿Qué es lo que quieres de mi?
-¿De un perdedor? Nada, pero la pasta del cumpleaños de Sarita, eso es lo que necesito.
Cobró generosamente parte de la sangre que me brotaba de la boca. Y yo a cambio una patada en la misma.
-No vas a ver un duro, tapón. Es la ley.
Con gran satisfacción vi como se coloreaba de rojo ira, pero dio la vuelta, insinuó un gesto a los colosos y dijo:
-Espero que tengas un buen seguro… Ah, por cierto, nos casamos en Mayo.


V
Ana Martínez

Una respiración entrecortada y una luz parpadeante hicieron a Julio Cabria apartar la cara que buceaba en su entrepierna y encender bruscamente la luz. La chica se levantó de golpe, con una mirada aterrada y una gota viscosa resbalando entre la comisura de sus labios. Allí estaba el enorme cuerpo de Segundo junto a su pequeña cabeza sonriente.
- ¡Hombre, Crisóstomo,  te echaba de menos! Veo que todavía conservas la llave de mi casa. ¿A qué debo el honor?
- Hola Cabria, ¿ya leíste el libro? Supongo que sí, porque veo que ya has encontrado una de las Cien razones para vivir – afirmó el matón mientras sacaba un pañuelo para ofrecérselo a la chica.
 La muchacha se cubrió con la sábana y entró precipitadamente en el baño. Se oyó la cerradura de la puerta y el ruido de la ducha. Parecía una mala película de terror.
- Bueno, Crisóstomo, agradezco tu visita, pero ya ves que estoy  ocupado.
- Seré breve- dijo Segundo- sólo quería traerte esta carta.
- ¿Una carta? Crisóstomo, ya sabes que no eres mi tipo. Aunque te aceptaría un buen cigarrillo. ¿No será un nuevo encargo de tu jefe?
- Ahora tengo un nuevo jefe, ya no sigo órdenes humanas.
Segundo, con una mirada condescendiente, dejó el sobre en la cama y desapareció tan sigilosamente como su pesada envergadura le permitía. Julio abrió la carta  y leyó mientras una mueca de dolor se dibujaba en su cara.
Te espero en la otra orilla de la laguna Estigia. No olvides la moneda. Nadia.
Segundo se detuvo unos instantes ante el cuerpo retorcido de Julio Cabria sobre los adoquines de la acera. Llevaba una moneda apretada en su mano y una irreverente sonrisa en su cara.
- Ya sabía que sería fácil. Cabria tenía Cien razones para morir.

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