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domingo, 29 de septiembre de 2013

Vivir de noche

(Guillermito Black)

El más reciente trabajo del que es sin duda uno de los más reputados autores vivos del género, el norteamericano Dennis Lehane, padre de historias como Shutter Island o la excelente Mystic River. En Gijón tuvisteis la ocasión de conocerle, en una de las últimas ediciones.
Nos cuenta las andanzas del amigo Joseph Coughlin, jovencísimo delincuente hijo de un jefe de policía de Boston, en los años de la ley seca. La acción transcurre a lo largo de una década, aproximadamente, y comienza con Joe abriéndose camino entre las bandas del hampa en su ciudad natal.
Después de un tiempo en la cárcel, la historia nos traslada a Tampa, Florida, donde acompañaremos a nuestro héroe en su imparable ascenso a las órdenes de un capo italiano y controlando, junto con sus socios cubanos, el contrabando de ron de la zona.
También tendremos ocasión de conocer la Habana en la época de la llegada de Batista, y de familiarizarnos con el negocio de las plantaciones de tabaco.
Tenemos matones con sus sombreros, sus armas y sus zapatos, malos malísimos y malos que nos caen bien, porque buenos del todo aquí nunca hay.
Mucha violencia,  mucha acción, buenos cambios de ritmo, y algo de amor para los del pastel, o por lo menos algo que se le parece.
Al terminarla diréis: otra peli de gángsters, de estas ya hemos visto muchas.  Es cierto, pero tiene todos los ingredientes de estas historias,  está bien escrita y es muy entretenida. No le pidáis más, pero tampoco menos.
Aunque ya llego algo tarde para recomendarla como lectura para vacaciones, os aseguro que se pasa un buen rato.

domingo, 22 de septiembre de 2013

La playa de los ahogados

Amelia Carrillo


Domingo Villar nos ofrece una novela policíaca, más que negra, en mi opinión, pero sobre todo es una novela “gallega”. A través de sus páginas nos impregnamos del espíritu gallego, de una tierra y unos hombres que encuentran su razón de ser en el mar que les da vida y muerte. A mí me ha gustado y os la recomiendo.

Es la primera novela de este escritor que he leído, aunque hay una anterior con el inspector de policía Leo Caldas como protagonista del relato.
Ya que lo he citado, aprovecho para hablar de los personajes: Caldas, es un tipo que cae bien, porque como el resto de los personajes rezuma humanidad, y como heredero del Carvalho de Montalbán es aficionado a la comida, aunque no a la cocina, si con el primero conocíamos la cocina catalana, con Leo se nos hará la boca agua cuando él saborea los percebes recién arrancados al mar, o disfruta de los platos típicamente gallegos degustados en tabernas o bares populares, donde hasta la lechuga es especial.

Leo no es un comisario prepotente, ni busca la fama, ni le mueve un espíritu justiciero. (En la página 381 dice” Nunca le habían interesado los culpables; para Leo Caldas lo fundamental era conocer los motivos, los por qués).
Colaborando en la investigación está el subinspector Rafael Estévez, un aragonés alto y fuerte, a veces se sobrepasa en los interrogatorios, no entiende el carácter gallego, y les desquician las respuestas que recibe de la gente y del mismo comisario, “que dicen sin decir”
A través de los diálogos, que el autor borda, deja patente esa alma gallega que está presente en toda la novela. Porque quiero destacar que Galicia es algo más que el lugar donde se desarrolla la trama, es un personaje más dentro de la novela.
También está el padre de Caldas, un hombre viudo, jubilado que ha encontrado una razón de vivir en el cultivo de sus viñas, en la vuelta a lo esencial.

La trama comienza con la llamada que recibe el inspector sobre un ahogado que ha aparecido en la playa de Paxón.  Que un marinero aparezca ahogado no es un hecho extraño en la playas gallegas, lo que es extraño es que, según indica la autopsia del cadáver, “El Rubio”, como se le conoce a Justo Castelo ,salió a la mar en domingo, hecho inhabitual en los pescadores de allí y además sancionable por la cofradía, y que lo encontraran con las muñecas atadas con una brida verde que había sido cerrada desde fuera por el lado de los meñiques, lo que indica que es imposible que se las apretara el mismo con los dientes, estas circunstancias les hace cuestionarse que haya sido un suicidio y a raíz de ahí comienzan las investigaciones.
 A través de los interrogatorios  Domingo Villar nos irá presentando a las gentes de Paxón, los vecinos, los pescadores compañeros del Rubio, Arias, Valverde, Hermida y su mujer, el subastador de la Lonja, la vecina del Rubio (personaje simpatiquísimo), y el argumento va avanzando sin fisuras manteniendo el suspense mientras recorremos los rincones de Paxón, su playa, su lonja, su puerto… y nos cuenta historias pasadas que aportan nuevas pistas y siguiéndolas nos lleva de un sospechoso a otro, hasta concluir, sin trampas, en un final bien resuelto.


La historia está contada por un narrador omnisciente que alterna  con diálogos tan acertados que da la sensación que la contaran los propios personajes.
El lenguaje es ágil, sencillo pero preciso.  La narración se estructura en capítulos, más bien cortos, lo que favorece una lectura rápida.
El tiempo de la novela trascurre en el tiempo cronológico con algunos saltos retrospectivos para presentar hechos que ocurrieron que son imprescindibles para el desarrollo de la trama.  

Por último decir que  sus páginas  tienen banda sonora, la melodía  de “solveig song” de Grieg recorre toda la narración.
Copio una traducción de la letra, La música ponerla vosotros.

"Solveig song" (La canción de Solveig) 
El invierno y la primavera pueden marcharse, 
y los días de verano pueden desaparecer,  y el año puede morir. 
Pero estoy segura de que un día volverás conmigo, 
y por eso te esperaré fiel, como una vez te prometí. 
Que Dios te proteja, allá donde tus pasos te lleven. 
Que te consuele, si llegas hasta Él. 
Aquí esperaré tu regreso sola. 
Y si tú me esperas allá arriba, 
mi amor. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Un microregalo

Ya hacía tiempo, ya, que no se veían microcrímenes por estos lares, así que, aunque sea más crimen que micro, se agradece y mucho que uno de nuestros negritos plumíferos (en todos los sentidos), nuestro frailecillo favorito, Manolo (y me ahorro los apodos, porque serían de peor gusto que el de su santa esposa), nos brinda. Así pues, no queda sino hacer otro tanto a su salud, y a la de su más que y de qué manera perversa y fecunda imaginación.

UN BUEN INICIO

¿Qué culpa tengo de que el jodido pánfilo que se viene acostando desde antes de nacer yo con la beata que me parió, no haya sido capaz de mudarse a una casa habitable ni cuando el banco te daba más que te costara una nueva para devolverlo, si no quedaba otro remedio, en cincuenta años o más?  El cuchitril donde nos apretujamos los tres debió levantarse, y no del todo pues el edificio parece agachado, antes de inventarse las ventanas, la gente se lavaba una vez a la semana en la pila de la cocina, y para aliviar la tripa se oreaban las posaderas a la vera del arroyo de al lado. Las habitaciones son como pasillos, los pasillos como grietas y las escaleras precipicios.
Yo salía esta madrugada con prisas, abrí la puerta, agarré el pomo exterior para cerrarla aún dentro de casa, giré media vuelta, di un paso hacia atrás, y noté que alguien me tocaba el culo y luego algo rodaba por la escalera, antes aún de haber cerrado mi puerta. La vivienda colindante tiene su entrada pegandito a la nuestra y en un ángulo de noventa grados, así que al retroceder yo debí empujar, supongo, al viejo octogenario temblón que venía tardando, desde que yo era crío, un cuarto de hora cada vez para encajar la llave en su cerradura.
Como a los jubilaos los hacen tan frágiles este debió hacerse pedazos por dentro, pero la bolsa de pellejos en la que andaba envuelto le venía grande, así que no se derramó ninguno. Sangre tampoco hizo. Por la boca le asomaba algo viscoso, no sé si baba, si mocos o un gargajo. El ojo derecho seguía como siempre, un brillito al fondo de un hueco oscuro que como si fuera una ostra criaba lagrimitas y legañas; el izquierdo sin embargo se le había salido de las pestañas y parecía un huevo de pascua, tamaño codorniz, pintarrajeado de raíces rojas y azulonas. Un muerto recién estrenado supongo que no contagiará nada pero ¿quién me
dice a mí que este no estaba podrido por dentro desde hacía la tira de años?
Siempre olió fatal. Así que pasé por encima sin pisarlo y allí lo dejé. A media mañana ya lo encontraría alguien.
 Ya en la calle me puse a cruzar y volví la mirada a las ventanas por ver si algún vecino asomaba por ellas. Nada, ni rastro de vida. Entonces, otro ruido a mis espaldas. Un tonto del haba en bicicleta que bajaba la cuesta en punto muerto y pensando en las musarañas que me pasa rozando, pierde el equilibrio y se estrella
contra la farola de la esquina. Este sí hizo sangre, claro, porque quiso parar el golpe con los cuernos. La farola era más dura que el frontal de su calavera y perdió el envite. Con lo escandalosa que es la sangre y las prisas que yo tenía no iba a entretenerme. Si estaba muerto ¿para qué moverlo? Y si vivía todavía, mejor sería que muriera rápido y en paz. Hice bien. Llegué a la parada del autobús justo cuando el conductor entraba en la taberna de Nicasio a tomarse el carajillo primero, así yo me lo tomaba con él e invitándolo me dejaba viajar gratis, como siempre. Ventajillas de ser principio de trayecto y de jornada. A ver ahora como se me da el día. El principio ha sido más entretenidillo que de costumbre.

Manolo Polo

domingo, 8 de septiembre de 2013

Atypical Spanish: padres del crimen literario ibérico

Por Sergio Vera Valencia, coordinador del club de novela criminal “las Casas Ahorcadas.

Hoy en día, si le pegas una patada a un bote (no digamos ya a una librería), te salen catorce novelas negras made in Spain.
Sin embargo, no siempre fue así.
De hecho, hasta que Manuel Vázquez Montalbán no ganara a sus editores una apuesta en 1974 (las malas lenguas, aseguran que beodo) a que sería capaz de escribir una novela negra en quince días, y sobre todo, a que cinco años más tarde, se alzase con el Planeta con la tercera entrega de la serie Carvalho, salvo contadas excepciones, los criminales literarios patrios hubieron de refugiarse en los kioscos bajo pseudónimos anglófonos.
El caso más sangrante (valga el hemoglobínico juego de palabras) de estos auténticos sicarios de la palabra, que llegaban a ametrallar (decir teclear, disparar incluso, sería infravalorar su talento y velocidad al teclado) más de una “novela de a duro” a la semana, fue el de Francisco González Ledesma, que a la postre también se alzaría con el Planeta en 1984, pero que durante décadas firmó cientos de novelas populares (policíacas, románticas y, ante todo, del Oeste)con el ya mítico sobrenombre de Silver Kane.
Entre las excepciones (contadas, por supuesto), sin duda las más célebres y comúnmente reconocidas como auténticas pioneras dentro del género, fueron “El inocente”, de Mario Lacruz, y la serie Plinio, de Francisco García Pavón.
La primera, una valiente crítica (aunque velada, censura obliga) de la España franquista, galardonada con el primer (y único) premio Simenon 1953, narra con gran ambición técnica la interminable fuga de un inocente, que a consecuencia de la constante persecución de las fuerzas del orden (la justicia es otra cosa), terminará sintiéndose culpable de un crimen que no sólo no cometió, sino que ni siquiera existió.
Por su parte, las obras (porque hubo cuentos y novelas, incluso una exitosa adaptación setentera a la pequeña pantalla) protagonizadas por el jefe de la guardia municipal de Tomelloso y su inseparable ayudante, el veterinario Don Lotario, que  mezclaba con inusitado mimo literario costumbrismo y enigma , cosecharon Premios tan importantes como el de la Crítica 1969 por la divertidísima “El Reinado de Witiza”, o el Nadal 1970 por “Las hermanas coloradas”, donde esta atípica pareja de sabuesos manchegos visitará el provinciano Madrid de la época en busca de dos paisanas desaparecidas.
Con todo, hasta que Carvalho no cambió el traje de agente triple que vistiera en “Yo maté a Kennedy” (1972) por el de detective privado (de placa y fe en el sistema, no de paladar ni lengua afilada) para apatrullar el barrio chino barcelonés, el género pasaba por un momento tan negro como su nombre dentro de nuestras fronteras.
Fue Montalbán, y sólo Montalbán, de cuya desaparición este año se cumple su décimo aniversario, el culpable de lo mucho y bueno que vendría después, de que a finales de los 70 se gestase la primera escuela criminal española.

Pero para eso, amiguitos, habréis de esperar a la próxima entrega de este peculiar repaso a la historia de la novela criminal española.
Hasta entonces, ¿qué os parece pasaros por nuestro centro de interés en la sala de préstamo de la biblioteca municipal, y matar el rato con los sospechosos de hoy?
¿O preferís  seguir muriéndoos de aburrimiento?




P.D: ¡Ya estáis tardando en ir a la biblioteca municipal a apuntaros que solo hay treinta plazas!

lunes, 2 de septiembre de 2013

Sed de Champán


Por Antonio (Mauricio Romero de todos los) Santos.


Supongo que decir que esta novela es una lectura embriagadora, es un juego ramplón. Pero cualquier cosa es ramplona cuando se compara con el verbo irrefrenable de esta historia.
   Y es que esta novela nos narra un ajuste de cuentas entre gitanos y capos argentinos, pero no le haría falta contar absolutamente nada, porque párrafo a párrafo es una obra de arte; toda completa, algo inefable.
 En ella, el Charolito, un gitano de cheira fácil, un Pijoaparte que jamás saldrá del mundo suburbial en el que nació y marca su territorio tirando de faca, nos ayuda a sumergirnos, con una lírica contundente, como si Umbral boxease con un puño americano, en lo más negro de la novela negra. Carmelilla, el tío Paciencias, el flaco Pimienta y un sinfín de personajes antológicos redondean esta novela inolvidable e irreverente que no dejará indiferente a nadie. 
 Unos la dejarán antes casi de empezarla, otros odiarán finalizarla. Yo me quedo con el juicio de su autor: “la novela es jodidamente buena”. Y os regalo sus primeras líneas para acabar: 
El Charolito sólo se fiaba de su polla. Era lo único en el mundo que jamás le daría por el culo”. Con arreglo a esto, es posible imaginarle la noche de autos.







PD: Cinco renglones de silencio por la soltería del santo de familia que milagrosamente (mes y pico ha estado mareando la perdiz) ha obrado esta reseña.