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martes, 30 de agosto de 2016

Premio Ángel Luis Mota: El ganador.





Despedimos Agosto igual que lo saludamos, con un relato negro.

Y no cualquier relato. Con el ganador del último premio Ángel Luis Mota , que recayó en Silvia de la Fuente Migallón, estudiante de 1º de Bachillerato (pronto segundo) del Instituto Alfonso VIII de Cuenca.

Felicidades a la autora y  su familia, esperamos veros pronto por las Ahorcadas.


 “CULPABLE”

Una estrella de seis puntas adorna, como es ya habitual, la mano derecha del cuerpo que yace muerto en el suelo del callejón en una postura macabra. El asesino ha vuelto a atacar y, como siempre, ha dejado su señal. Sabe que llevamos detrás de él varios años y encima tiene la poca vergüenza de reírse de nosotros marcando a sus víctimas.

No hay restos de sangre, nunca los hay. Todas son muertes silenciosas y limpias. Me gustaría decir que también son indoloras, pero de esto ya no estoy tan seguro. No sé si será del todo agradable que una sustancia que has ingerido te comience a destrozar el organismo por dentro, empezando por las cuerdas vocales para que no puedas gritar, hasta terminar con el corazón, pero eso sí, dejando intactos los huesos y la piel para que parezca que solo estás plácidamente dormido, aunque tu cuerpo en realidad esté vacío y tu pecho no suba y baje como hace cuando sueñas.

Miro la cara de la joven víctima antes de que la tapen con una de esas inmaculadas sábanas blancas. Inocente muchacha. Se ha fiado del primer tipo que le ha dado algo de beber, sin saber que en esa copa encontraría su muerte. En cierto modo es culpa suya. ¿Nunca le han dicho que no hay que fiarse de los extraños? Quizás es un castigo demasiado fuerte por no saberse la lección, pero le ha tocado un profesor tan cruel como es la vida y que no perdona una sola falta en sus clases.

Me quedo con unos cuantos compañeros del Cuerpo de Policía para ver si encontramos alguna pista, algún indicio de adónde puede haber huido el criminal. Siempre siento que nos observa, que está mucho más cerca de nosotros de lo que podríamos ni siquiera imaginar; sin embargo, nunca hallamos nada, ni una huella, ni un ruido delator, ni una mirada en mitad de la noche.

Volvemos al cuartel. Me encierro en mi despacho y comienzo a anotar los datos de la chica junto al resto de víctimas de este asesino. El fallecido de más edad apenas llegaba a los treinta años. Me pregunto por qué tan jóvenes, aunque supongo que la respuesta es sencilla: son más fáciles de engañar. Mientras divago sobre el tema comienzo a dibujar en un papel, dejando libre mi mente y mi imaginación. No soy consciente hasta que termino de que he llenado la hoja de estrellas de seis puntas.

Ya de madrugada vuelvo a mi casa. Hoy ha sido un día duro. Antes de tumbarme en la cama junto a mi mujer y esperar a que los rayos del sol me despierten de nuevo por la mañana para comenzar otro fatigoso día, paso por la habitación de las niñas.

Los únicos indicios de que hay alguien en el cuarto son las suaves y tranquilas respiraciones que se oyen y los dos pequeños bultos que hay en cada una de las camas. Si no conociera mi propia casa, aseguraría que las mantas que las cubren son negras, pues es el único color que percibo ahora mismo. Sin embargo, sé que en cuanto la luz inunde la habitación, los colores vivos y los dibujos florales alegrarán esta siniestra estampa. Me interno en la sala y me acerco a la mesita de noche. La alfombra amortigua mis pasos y agradezco que me ayude a mantener el silencio del lugar.

Miro a las niñas, tan pequeñas… Pienso en el asesino: siempre víctimas jóvenes. No puedo evitar imaginar que mis hijas pueden ser las siguientes, que un criminal tan cruel no tendrá reparos en que la próxima persona que diga adiós a su vida sea tan solo una niña. Antes preferiría morir yo que tener que sufrir con la pena de ver desaparecer a mis seres queridos y mucho más si se trata de mis pequeñas.

No puedo seguir pensando en esto, así que salgo del dormitorio y huyo hacia la cocina. “Un buen vaso de whisky me ayudará a calmarme”. Es lo que pienso mientras busco la botella en la estantería. Cuando la encuentro, vacío todo el contenido que le queda en un vaso y doy un trago.

A pesar de todo, no consigo apartar de mi mente la atroz posibilidad de que el asesino venga a por mis hijas, porque al fin y al cabo llevo detrás de él casi una década y, además, lo conozco demasiado bien como para saber cuáles serán sus próximos actos. Sé que después de tanto matar, acabará por volverse loco y sus crímenes dejarán de estar tan bien organizados como hasta ahora. Empezará a envenenar indiscriminadamente y al final ya no distinguirá amigos de enemigos, familia de desconocidos. Acabará matando a sus seres queridos, no sin antes matar a los de otra mucha gente ajena.

Sin embargo, también sé qué pensará sobre todo esto y que, si tiene algo de sentido común, como creo que todavía tiene, preferirá matarse a sí mismo antes de sucumbir a los encantos de la locura.

Por eso, cojo el vaso con el alcohol y busco un rotulador permanente. Azul, negro, rojo… La verdad es que me da igual. Lo destapo y me pinto una estrella de seis puntas en la mano derecha. La costumbre hace que me quede perfecta. Saco del bolsillo interno del abrigo una de las pastillas que me son ya tan familiares y la echo en el vaso. Veo cómo, en contacto con el líquido, la pastilla se deshace con rapidez y en unos pocos segundos no queda rastro de ella.

Apuro el contenido del vaso hasta la última gota y noto cómo el veneno hace efecto inmediato en mi garganta. Sí, es una muerte silenciosa, pero no creo que se pueda sentir un dolor mayor que este.

Me dejo caer en el suelo, despacio, bocarriba, como siempre deja el criminal los cuerpos de sus víctimas, como siempre dejo yo los cadáveres de la gente a la que robo la vida.

Con mis últimas fuerzas miro de nuevo a la habitación de las niñas. Ellas serían las siguientes, pero nunca me permitiría hacerles daño a mis hijas.

lunes, 22 de agosto de 2016

Verano Negro


Como hace décadas que Chanquete ha muerto, y semanas que no os doy la brasa, he pensado que de aquí a principios de curso, voy a reseñar las dos o tres novelas que más me hayan gustado de este verano negro.

¿Os parece?

¿Sí? Pues aquí va la primera :



El arte de hacer dinero, Jason Kersten.


Desde pequeño, Arthur Williams Jr. Siempre fue un chico despierto. Inteligente. De los que consiguen cuanto se proponen. Un don Nadie que quería ser alguien.

Y vaya si lo consiguió.

Art Williams fue  uno de los mayores falsificadores de dólares de la Historia reciente de Estados Unidos.

Art nació en una familia desestructurada de Chicago. Con una madre con graves trastornos mentales, dos hermanos pequeños y un padre que después de abusar de su hija de cinco años les abandonó a su suerte.

A su mala suerte.

Por eso, desde temprana edad, Art tuvo que ejercer de cabeza de familia. Tuvo que traer dinero a casa. Y cuando tienes trece años y vives en el peor barrio de la ciudad del viento, conseguir dinero nunca es fácil.

Ni limpio.

Así, seremos testigos del inicio de Art en el mundo del crimen. Sus primeros robos, sus primeras detenciones…. hasta que conoce a Pete Da Vinci, un maestro del noble arte de falsificar dinero, que le introducirá en el segundo oficio más antiguo del mundo.

Pero como todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, que diría Peter Parker, con los primeros billetes llegan los problemas, ¿dónde colocar  tantos miles de dólares falsos sin caer en las redes de la mafia? ¿Cómo evitar la tentación de gastarse toda la pasta? ¿Cómo seguir imprimiendo billetes si continuamente se están introduciendo nuevas protecciones? ¿Y cómo dar esquinazo a la CIA, si  el servicio de inteligencia más poderoso del planeta te pisa los talones?

Esto y más, mucho más. Es la segunda obra del periodista neoyorkino Jason Kersten, colaborador de revistas tan prestigiosas como Rolling Stone (donde publicó el artículo que inspiró el libro) o Reader`s Digest. Un título que demuestra que la realidad supera siempre a la ficción, no por nada elegido mejor libro del año 2009 por el Washington Post.

Una lectura apasionante que gracias a un estilo ágil y directo, logra que esta suerte de biografía apócrifa se lea como una novela.

Y mejor que la gran mayoría que he leído este año. Una de esas joyitas que de vez en cuando nos regalan las pequeñas editoriales.

Sin duda, uno de los grandes descubrimientos de este verano negro.

martes, 16 de agosto de 2016

En Agosto, …


Muerto al rostro. Al menos, eso deben pensar nuestras negritas, que vuelven a la carga, con dos estupendas recomendaciones marca de las Casas.

Gracias a las dos por escribirlas, y a vosotros por leerlas y compartirlas (o por iros al infierno si no lo hacéis).



Crímenes exquisitos, de Vicente Garrido y Nieves Abarca.
Por María José “la reseñista” Moya







La novela parte de dos asesinatos acaecidos en países distintos: la muerte de una joven en la abadía de Whitby (Inglaterra) en la que el cadáver parece imitar una escena del conocidísimo libro de Bram Stoker “Drácula” y el asesinato de otra joven en la Coruña, con una escena del crimen también muy elaborada y que nos recuerda a un cuadro prerrafaelista conocido como “Ofelia” de Millais.
La obra está escrita a cuatro manos, pero parece de un único autor. Al menos yo en ningún momento he sido capaz de adivinar donde  empieza uno de ellos y termina el otro.


Los principales protagonistas de esta historia son la inspectora Valentina Negro y el famoso criminólogo Javier Sanjuan, cuya investigación les llevará a colaborar con Scotland Yard, en una oscura trama a caballo entre la Coruña y Londres. Otros personajes que aparecen son:
Lúa Castro, una joven periodista que no duda en meterse en la boca del lobo para conseguir una exclusiva.
Jaime Anido, fotógrafo sin escrúpulos que termina uniendo los dos hilos y relacionando crímenes similares.
Cristian Morgado, que nos ofrece la visión de un profesor y crítico de arte.
Sebastián Delgado, personaje que pone los pelos de punta, al que se odia en todo momento.
Pedro Mendiluce, un hombre capaz de lo más vil y cruel. De su mano conocemos el mundo de la prostitución, la crueldad empleada con aquellas mujeres que no se doblegan a sus deseos, la especulación  inmobiliaria y la extorsión de cargos financieros para conseguir sus propósitos a pesar de que ello pueda perjudicar a muchas otras personas.


La novela narra una larguísima investigación entre La Coruña y Londres, con un trasfondo de corrupciones, prostitución de lujo y sadomasoquismo. Tiene 800 páginas, que parecen muchas, sin embargo, no es así, porque nos encontramos con varias tramas y subtramas, todas ellas de actualidad.
Tiene todo lo que se puede pedir a una novela negra: acción, mucho ritmo, asesinatos depravados y capítulos con títulos como “Contrareloj” o “Estrechando el cerco”, que hacen difícil que puedas dejarla a medias. El ritmo se mantiene durante toda la novela, lo cierto es que es muy entretenida, y los cabos que pensaba que quedaban sueltos terminan atándose en los últimos capítulos.


Me ha llamado la atención la “marquitis” presente en todos los protagonistas, los policías y los delincuentes, todos ellos visten o llevan algún artículo de marca (camisas Hugo Boss, colonia Alture de Channel, vaquero de Calvin Klein etc etc.).


En conclusión, aunque la calidad literaria no sea especialmente destacable, es de fácil lectura, capítulos breves, escenarios alternados, personajes variados. En mi opinión, entretenida y engancha. Se lee con gusto, te mete de lleno en el caso, hasta el punto de no poder dejarlo y a veces te sorprende a altas horas de la noche con él entre las manos.








Nadie te encontrará,  de Chevy Stevens.

 Por Isabel González de la Cruz.

 Me llamo Anie O'Sullivan y estoy saliendo de un infierno. De hecho, creo que todavía sigo en él.

Cuando hace un año, terminando una tediosa jornada de trabajo vendiendo una casa, me frotaba las manos pensando en la jugosa comisión que iba a dejarme el cliente que estaba a punto de cerrar, no sabía que viviría el peor año de mi vida. Tras su distinguido porte, su rostro afable y su simpatía, se escondía un auténtico cabrón, pero yo no lo supe hasta que fue muy tarde.

Desde entonces, soy incapaz de dormir en una cama. Cuando logro conciliar el sueño, que es muy de vez en cuando, tengo que encerrarme en el armario para poder dormir. Cualquier ruido me asusta, cualquier sonido extraño hace que todos mis sentidos y alarmas se pongan alerta. No soy capaz de estar a solas con nadie, y mucho menos que me toquen o se acerquen a menos de un metro.

Estoy ya bien físicamente, pero echa papilla por dentro, porque si lo que viví encerrada en una cabaña perdida en las montañas fue un puto infierno, parece que no va a terminarse nunca.

De hecho, no sé si Chevi Stevens, una agente inmobiliaria metida a escritora, sabrá ordenar las miles de barbaridades que le he contado para sacar un relato legible, en primera persona, trepidante y duro, que cuente toda la verdad, toda la mierda que llevo acumulada en un año.

Si tienes bemoles, lee mi historia. En España la han titulado “Nadie te encontrará”, pero “Annie está hecha una mierda" o “El puto infierno de Annie” me hubiera gustado más.